Discurso del Procurador General de la Nación

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Bienvenidos todos a este conversatorio

FERNANDO CARRILLO FLÓREZ, EN LA INSTALACIÓN DEL FORO ÉTICA PARA UNA COLOMBIA NUEVA

Bogotá, 29 de agosto de 2017
Bienvenidos todos a este conversatorio, convocado en buenahora por la Universidad Javeriana y la Procuraduría General de la Nación, en este preciso momento de inflexión que vive el país, en el que reina el escepticismo, la incertidumbre y el pesimismo.
Muchas gracias a nuestros panelistas por aceptar la invitación. Sus reflexiones serán muy valiosas para responder tantas preguntas que hoy mantienen a los colombianos tratando de explicar en qué momentos la ética se refundió y la corrupción se convirtió en una pandemia cancerigena que amenaza con llevarse por delante la democracia, las instituciones y las esperanzas de reconciliación.
Las encuestas señalan que Colombia ha dejado de ser el país más feliz del mundo, para convertirse en el más agobiado por la pesadumbre. La desconfianza es el sello que nos marca la piel y nos exige mucha imaginación para recuperar la fe perdida. Nadie más allá de nuestras fronteras entiende por qué nos embarga semejante estado de ánimo colectivo, precisamente cuando mediante un largo proceso de negociación, que contó con el apoyo de la comunidad internacional, se silenciaron los fusiles que sembraron dolor y muerte durante más de 52 años.
Que más de ocho millones de víctimas tengan aliento para recuperar sus vidas, que el país deje de llorar tragedias por el conflicto armado y sea posible soñar con una Colombia nueva, debería ser una noticia alentadora.
LA GUERRA NO NOS DEJA EN PAZ
Por desgracia, la guerra no nos deja en paz. Sus ecos siguen retumbando y todo cuanto suceda con las Farc sigue siendo una noticia que nos sacude. Y nos polariza. Los estragos de tantos años de destrucción no se limpian con titulares sobre traperos y escobas viejas. Para entender lo que nos pasa y hallar fórmulas emancipadoras se necesita disipar las cortinas de humo que impiden que nos concentremos en la resolución de la corrupción, que es ahora el más grave problema nacional.
Pasamos de ser campeones mundiales en violación de derechos humanos, a campeones mundiales en desigualdad y corrupción. Si no somos capaces de enfrentar unidos ese flagelo, terminará devorándose la democracia, llegará el populismo y triunfarán los deshonestos. Será la victoria de quienes han sepultado la ética en el lodazal de la politiquería, las coimas, los torcidos y entuertos; de quienes han postrado en la miseria a los territorios, en donde unos pocos se roban la plata de los hospitales para vivir en mansiones como virreyes, y con el dinero de la educación de los más pobres mandan a sus hijos a estudiar a Europa y posan de decentes.
La corrupción fue durante décadas una enfermedad silenciosa, que de vez en cuando tenía picos críticos y el estruendo de la guerra silenciaba. Cada escándalo gigantesco de defraudación del erario lo tapaba la voladura de un puente, la toma de un pueblo, el secuestro de algún notable, la captura de decenas de soldados o la muerte de algún líder guerrillero. Las Farc fueron el detonador de la barbarie, pero también el teflón de los corruptos. Sin la guerra alborotando las hormonas, queda la paz despertando las neuronas. Y ello implica una invitación a reflexionar y a actuar.
Las cosas han cambiado. El humo de la guerra se disipó y ahora se ve con claridad la enorme tragedia ética que padece el país. Lo que vemos hoy es la imagen dolorosa de un país arrasado por el delito y la impunidad. No es una visión apocalíptica. Durante muchos años el imperio de la ley fue reemplazado por el paraíso de la inmoralidad. ¿Y a qué horas pasó todo esto? ¿Quién responde? ¿Cuál es la fórmula para salir del atolladero? Son preguntas que el país se hace en busca de una respuesta.
¿CUÁNDO SE PERDIÓ LA ÉTICA?
No hay que ser un chamán para entender que la crisis que hoy nos afecta surgió cuando la ética se desvaneció y dejó de ser esencial para formar nuevos ciudadanos, honestos, educados, diligentes, dispuestos a hacer respetar la Constitución y fortalecer la democracia; defender la institucionalidad y mejorar el Estado; transformar los territorios sin depredar el medio ambiente; garantizar el sano uso de los recursos públicos; y ser veedores del cumplimiento de las políticas públicas.
La ética se perdió cuando la gente prefirió resolver sus problemas usando la fuerza antes que el diálogo, obligados por la ausencia del Estado y la invisibilidad de la justicia. Cuando la ley del más fuerte anidó en la consciencia de muchos y ser pillo dio estatus. Cuando se multiplicaron por millones las víctimas ante la impasibilidad de quienes debieron ser solidarios con ellas.
En los últimos años, los modelos de ciudadanía fueron cambiados por estereotipos de los nuevos ricos, que irrumpieron con sus impunidades y sus chequeras. La política se entregó al mejor postor; la deliberación pública fue tomada por las barras bravas de la política; la justicia fue permeada por los negociantes de expedientes; los órganos de control fueron neveras en donde hibernó el imperio de la ley. Los medios no fueron capaces de contener la posverdad, que hizo de la mentira una noticia creíble. La fe se pervirtió y el dinero fue el nuevo Dios de muchos.

En las últimas décadas Colombia ha vivido muchas guerras: contra narcos, guerrillas, paramilitares; populistas y mercenarios. Hoy el país vive la más importante de sus batallas. Esta vez contra los corruptos, que han promovido los antivalores que han convertido la política en mercado de dinero, votos, contratos; la justicia en un trueque de favores; la iniciativa privada en una feria de coimas; la democracia en una nave que cruza tormentas azuzadas por el populismo; y la educación y la salud en botín de los más avivatos.
NO ES UNA MALDICIÓN DIVINA
Lo que nos sucede, tantos años de guerra, la impunidad reinante, la frustración colectiva, la desesperanza que se apodera de las mayorías, no es el resultado de una maldición divina. No comenzó ayer, ni terminará mañana. Pero seamos claros, no podemos salir de la crisis si no la asumimos en su dimensión real y convocamos a los colombianos a repudiarla, entenderla y solucionarla.
Es imperativo un pacto ciudadano contra la corrupción, que involucre todas las voluntades. A las universidades y centros de pensamiento, empresarios, medios de comunicación, partidos políticos, Iglesias, organizaciones sociales. A la sociedad civil toda. Tenemos que derrotar la doble moral que identifica a muchos, con el criterio de que el que peca y reza empata. Hay que cumplir tres mandamientos: no robar, no matar y cumplir la ley por encima de todo. Y firmar los pactos para cumplirlos. Porque la primera regla de oro para salir adelante es hacer valer la palabra. No basta con prometer el cambio, hay que hacerlo realidad.
La crisis ética no se soluciona con medidas cosméticas. Lo primero que debemos entender es que la salida a nuestros males no depende de nuevas leyes, de otras constituyentes, de prender veladoras y rezar esperando que una fuerza suprema baje de las estrellas a limpiar la casa.
No es necesario pensar en una Constituyente para acabar la corrupción y la impunidad, recuperar la fe en la justicia y fortalecer las instituciones. La Constitución de 1991 sigue siendo el camino para vivir en paz. Cumplir ese contrato social es la llave de la democracia, justicia, prosperidad y convivencia que tanto anhelamos.
RECUPERAR LA POLÍTICA
Esta crisis se arregla con soluciones concretas, recuperando la buena política, para que sea, nuevamente, una lucha de ideas y la manera organizada de tramitar las quejas ciudadanas.
La política hace rato se desdibujó ante los ojos de los ciudadanos. Mientras narcos, guerrilleros y paramilitares se equivocaron de camino tratando de ganar el poder con las armas, o imponiendo con su dinero y el terror a candidatos en las elecciones, otros se dedicaron a demoler los partidos y darle alas al populismo. Entretanto, la lucha de ideas se trastocó en guerra de chequeras. El dinero corrompió a electores y elegidos, y el Estado se convirtió en caja menor de los avivatos. Las reformas políticas que se proponen año tras año no han logrado romper ese matrimonio indisoluble entre contratistas y políticos. Modernizar las costumbres políticas sigue siendo una asignatura pendiente.
Los grandes financiadores privados de la política, son al mismo tiempo, la mayoría de las veces, los grandes depredadores del Estado. Y eso es inaceptable. No podemos seguir mirando esa tragedia como si no pasara nada. La financiación absoluta de las campañas políticas y cárcel a quienes violen las leyes electorales es una urgencia manifiesta. O recuperamos la política de las manos de los corruptos o la democracia terminará asfixiada por el pesimismo y en manos del populismo. Ese no es el futuro que nos merecemos. Si fuímos capaces de ponerle punto final a la guerra con las Farc, tenemos que ser radicales en la decisión de erradicar la corrupción que atrofia la política.
Hay que devolverle la majestad a la política, castigando social, disciplinaria y penalmente a quienes han hecho de la trampa su principal ley para ascender en el manejo del Estado. Aquí no pueden haber intocables. El cuento de los barones electorales invisibles para la justicia ha llegado a su fin. Las credenciales manchadas de corrupción deben ser revocadas por los jueces, y por el electorado, que tiene en su voto el poder para cambiar a Colombia.
Los buenos políticos no son aquellos que se transforman en una mala caricatura de Maquiavelo, en busca del poder a cualquier precio. Los buenos políticos son aquellos que respetan la Constitución y la ley, y son capaces de mirar a la cara a los ciudadanos. Aquellos que son ejemplo de probidad y altruismo. Los que rinden cuentas; los que exhiben como su mayor credencial la honestidad y no sus cuentas secretas en paraísos fiscales.
Las estadísticas muestran como las últimas décadas han sido una catástrofe ética, social y política. Somos uno de los países más desiguales del mundo. La pobreza no cede, la inequidad crece. Los resultados del modelo de desarrollo no son los mejores. Y con razón la opinión pública se pregunta, ¿qué han hecho los órganos de control para combatir la corrupción? En esta, mi Universidad, donde me enseñaron a hablar con sinceridad, respondo en tono de autocrítica: los órganos de control hemos sido inferiores al reto de castigar la corrupción.
Los malos han corrompido la sal y han logrado que miles de expedientes prescriban, desaparezcan o las sanciones se caigan en instancias superiores por ser más formuladas. En una reunión en Yopal, hace unas semanas, con un grupo de veedores, se nos decía que una demanda contra un corrupto en esa ciudad era una lotería para los funcionarios de los órganos de control. !Qué tal esa vagabundería.
La lucha por la ética incluye la limpieza de la casa de la justicia!
Qué confianza puede haber en la justicia cuando los magistrados son destituidos o capturados por negociar procesos, o los jueces venden las sentencias o se alían con los bandidos. La majestad de la justicia nunca había sido tan mancillada. Y la sociedad se siente impotente. ¿Y si un juez se corrompe qué pueden pensar las nuevas generaciones?
En un país con una impunidad del 98 % ser justo, creer en la justicia, es un verdadero acto de fe en la democracia. El gran reto de la Justicia es autorreformarse antes de que los hechos conduzcan a decisiones radicales por parte de la ciudadanía. ¿Cuáles? Darle poder en las urnas a quienes pretenden salidas extremas y populistas frente a la Justicia.
NO A LA POLÍTICA DEL ODIO
Sé que muchos dirán que no hay que caer en las generalizaciones. Pero es urgente que la gente confíe de nuevo en la política. Si la política se desdibuja por completo muchos creerán que la solución a la crisis ética es imponer una autocracia que lidere un nuevo mesías. Así ocurrió en Venezuela antes de Chávez, y ya sabemos como el país más rico del continente terminó en la miseria y la dictadura en manos de los más ineptos y corruptos. Así ocurrió en Perú con Fujimori.
La ética en la política también incluye derrotar el miedo. Vencer la política del odio que se expande sin respetar fronteras. Odio al otro; al diferente, al emigrante, al pobre, al desvalido, al enfermo; a los ambientalistas, a los defensores de derechos humanos, los pacifistas y las minorías. Odio a los jóvenes, a los estudiantes; a los maestros que protestan o a los campesinos que piden tierra.
Y aquí debemos hablar de la educación y los medios de comunicación. Porque la pregunta que surge es qué tipo de educación estan recibiendo nuestros niños y jóvenes para que sean resistentes a esas amenazas. Es imposible no reaccionar y actuar con espíritu democrático, cuando uno ve que el fascismo recorre el mundo, con discursos de supremacias blancas y esvásticas, y cuando el Ku Kus Klan se muestra orgulloso en los medios y las minorías son sentenciadas a muerte.
El respeto a la vida y a los derechos humanos es una cuestión de dignidad y ética política. Es ahí, es ahora, cuando no podemos quedarnos callados. Como sucedió cuando millones no dijeron nada o miraron para otro lado, mientras ocho millones de colombianos fueron desplazados y desposeidos de seis millones de hectáreas de tierras a manos de los grupos paramilitares, en alianza con empresarios, terratenientes y políticos.
El cumplimiento de los acuerdos de paz suscritos con las Farc es un imperativo ético, para que ningún colombiano tenga nunca más excusa para alzarse en armas, pero sobre todo, para que las condiciones que generaron esos años de violencia sean superadas.
No hacer nada para recuperar la ética sería una traición a la historia. Hay que actuar y hay que hacerlo ahora. La recuperación de la ética es ahora o nunca. De esa decisión depende que el país avance. Que la democracia sobreviva. Que la economía tenga rostro humano.
La polarización es un acelerante de nuestra crisis. La política del odio esta matando la confianza en un mejor mañana. La catástrofe ética también se anida en las redes sociales, donde se trina impunemente contra todo, en un matoneo extremo que nadie controla.
Hay que derrotar la política del odio y darle nuevos contenidos a la democracia. Ustedes, queridos jóvenes, son la esperanza de transformación de la democracia. En Ustedes recae la enorme responsabilidad de cambiar a Colombia y espantar los fantasmas que llenan de temor a los más débiles.
RECUPERAR EL ESTADO
Y hay que recuperar el Estado. Llevarlo donde nunca ha estado. Durante décadas la Constitución ha sido un privilegio de las zonas urbanas. En grandes extensiones de territorio ha imperado el poder de las armas y la ley del más fuerte. Los acuerdos de paz son la oportunidad para que millones de ciudadanos sean parte de una Colombia nueva de democracia, justicia, equidad y oportunidades.
En esa Colombia Nueva se requiere una renovada cultura de servicio público, que supere el afán del enriquecimiento ilícito. Hay que acabar con la creencia de que un cargo en el Estado es equivalente a una licencia para taparse con dinero fácil. La Procuraduría mira el tema con preocupación. No basta con destituir funcionarios y aumentar las estadísticas. Hay que reflexionar seriamente sobre el tipo de funcionarios que se requieren y la formación que se les está dando a quienes tienen responsabilidades en el Estado. De la mano de la Función Pública, vamos a trabajar en la capacitación y formación en valores de los servidores públicos, para que la solidaridad y la honestidad se impongan. Vamos a recuperar el horizonte de los valores morales que fundaron nuestra sociedad.
¿UN SECTOR ECONÓMICO PRIVADO DE ÉTICA?
Cuando se habla de corrupción en el Estado surge, necesariamente, la pregunta sobre la responsabilidad del sector privado. Los grandes escándalos de corrupción los han protagonizado profesionales que se formaron en las mejores universidades del país y el mundo. Y esos ladrones de estrato seis, funcionarios de grandes compañías, se han embolsillado billones de pesos, que arrebataron al Estado y a los más pobres. ¿Y los valores éticos que aprendieron en sus universidades? ¿Y los valores que les enseñaron sus padres? ¿Y dónde están sus compromisos como ciudadanos? El derrumbe ético es fruto del apego desmedido al dinero, la ambición desmesurada de poder y el desprecio absoluto por la justicia.
Muchas multinacionales se han convertido en multinacionales del soborno, dejando tras de sí obras inconclusas, saqueos al erario, empobrecimiento de las regiones, degradación del medio ambiente, y funcionarios públicos encarcelados. Odebrecht, Reficar, Bionergy, y tantos otros escándalos han sido la prueba ácida del poder corruptor del dinero, del maridaje de la política y los contratistas, pero esencialmente de la incapacidad de la justicia, de la debilidad del Estado. De no haber sido por la cooperación extranjera quizá jamás se hubiera capturado a nadie en Colombia.
La ética del sector privado es una exigencia creciente. La verdad que deberá surgir de los acuerdos de paz mostrará, al igual que en los procesos de paz anteriores con guerrillas y paramilitares, el tamaño del involucramiento de agentes del sector privado con la violencia. Y, por supuesto, será la enorme oportunidad de que el sector privado demuestre, a su vez, su compromiso con la reparación de las víctimas. La Colombia del posconflicto es una empresa colectiva. Nadie puede sustraerse de esa responsabilidad. La paz es un tributo a las nuevas generaciones.
La Procuraduría celebra el interés de un gran sector del empresariado por actuar contra la corrupción, a través de pactos que hemos firmado con los principales gremios de la producción. Pero la lucha contra ese flagelo no puede quedarse en titulares. Hay que materializar esos pactos, instaurando serios controles a los comportamientos de los particulares que interactúan con el Estado, mediante una contratación transparente y un cumplimiento estricto de lo pactado.
Lo que nunca se puede repetir es que quienes más hablan de probidad sean los más deshonestos. Recuerdo a Odebrecht y su código de ética: si hubieran cumplido el 1% de lo escrito no se hubieran apropiado indebidamente del 100 % del préstamo a Navelena, ni incumplido las obras de la Ruta del Sol; ni la multinacional Inassa hubiera convertido los acueductos del Caribe en un chorro imparable de recursos para la corrupción de sus dueños españoles.
Hablar de ética en la empresa privada también incluye relaciones justas con los trabajadores, con los campesinos y las víctimas, el pago oportuno de impuestos, el respeto a las instituciones y a los servidores públicos, el cuidado del medio ambiente. Un empresario moderno debe tener incorporado en su ADN el chip de la transparencia. Celebro que así esté sucediendo con muchos de los gremios y los empresarios, que entienden que una economía sana solo es posible con reglas de juego claras, que incluyen transparencia absoluta en la contratación, responsabilidad social con los más débiles y tributo constante a la democracia. La paz es la mejor empresa. Contribuir a cerrar las brechas sociales debe ser, también, un objetivo ético de un empresario conectado con las exigencias de la modernidad.
ÉTICA PARA VIVIR EN PAZ
Para vivir en paz y libres de corrupción la ética aparece como la tabla salvadora. Hay que aceptar que el país de manera mágica no va a amanecer un día convertido en un oasis de transparencia. Pero hay que despertarse todas las mañanas decidido a intentarlo. La lucha contra la corrupción no la ganarán superhéroes, sino ciudadanos que decidan dar un giro a sus vidas y comenzar a ganar las pequeñas batallas diarias contra los vicios más letales.
La agenda de la Procuraduría incluye escuchar y trabajar con los jóvenes, que tienen nuevas agendas y otras preocupaciones, quizá más profundas y muchas veces desatendidas por los mayores. El tema ambiental es la primera de ellas: la defensa del agua como recurso vital e irremplazable. Luego, la defensa de la vida, la generación de oportunidades laborales, la educación de calidad y la garantía del derecho a la salud. Y esta, también, la lucha contra la corrupción. A los jóvenes de hoy les duele el país, quizá con mayor intensidad que a la generación que hizo posible y redactó la Constitución de 1991, que sigue hoy más vigente que nunca.
Ustedes, queridos jóvenes, son la semilla de las nuevas generaciones que vivirán en un país en paz. El compromiso vital de mi generación fue derrotar la guerra y ampliar la democracia; el suyo deberá ser mantener viva la llama de la reconciliación y ser garantes de una sociedad transparente y en equilibrio con el medio ambiente. La política necesita nuevos liderazgos nacidos de mentes abiertas al cambio, que se funden sobre un estricto rigor ético. Cumplir la Constitución es el primer mandamiento de la Colombia nueva que está naciendo.
LA ÉTICA NOS TOCA
Permitánme una reflexión final. Durante muchos años en Colombia ha echado raíces la excusa de que “nos toca” permanecer impasibles frente a los delincuentes y los violentos.
Ese “nos toca”, como una obligación, como un mandato divino o una maldición se escucha en todas partes y es parte de nuestra crisis ética. Todos hemos oído miles de frases justificativas de nuestra tragedia. Nos toca robar para comer; nos toca mirar para otro lado para sobrevivir; nos toca permitir la violencia intrafamiliar para tener familia; nos toca plagiar para graduarnos o colarnos en el bus para llegar rápido; nos toca aprovechar el cuarto de hora para enriquecernos en el Estado o la empresa privada; nos toca aprovechar el papayazo para ganar dinero; nos toca mirar para otro lado cuando matan, secuestran o desplazan a los vecinos. Nos toca matar para vivir o darle coimas a un juez para quedar libres. Nos toca votar por el que nos diga alguien; nos toca odiar porque nos lo dice la moda.
La verdad es que por esa filosofía del pesimismo y la justificación de la violencia, la injusticia y la corrupción, a la mayoría la ética no los toca. Y todo les resbala.

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